En la terminal subo a un autobús casi completamente lleno.
El checador le da la salida y le recuerda que tiene que cerrar las puertas porque si no lo multan. Así que el conductor cierra las puertas, arranca el motor y partimos.
Una calle más adelante un hombre le hace la señal haciéndole la parada.
El chofer pregunta a los pasajeros si hay lugar y todos contestamos a coro que no.
De todos modos el conductor se detiene y abre la puerta trasera.
El hombre sube con dificultad empujando a la gente hasta lograr entrar.
A continuación el chofer cierra la puerta y avanza dando inmediatamente vuelta por la calle lateral.
Entonces el hombre que subió y que quedó apretado atrapado en la escalera entre la gente y la puerta, grita «¡BAJAN! ¡BAJAN!», pero el microbusero se ve obligado por el nuevo reglamento a detenerse hasta llegar a la esquina de la siguiente calle. Al llegar allí abre la puerta y el hombre furioso baja y corre regresando a la avenida, donde esperará a otro autobús pensando extrañado porqué todos los camiones que se han detenido no siguen de frente.
No sabe que allá a la vuelta, al final de la calle lateral le espera un mejor destino, porque adelante, donde neciamente quiere ir, ya no hay camino.
Necedad en el camino
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