La adivina me lee la mano y se asombra. ¡Usted ya debería de estar muerto!
Yo sonrío.
Oculto la otra mano, la que tiene la línea de la vida larga y plena, solamente con un pequeño sobresalto.
Por supuesto no le voy mostrar esa otra mano, la mía; la que no me trasplantaron.
Desatino del destino
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