El policía se acerca con malas intenciones al pobre hombre.
Unos cuantos golpes y soltará un par de billetes. O al menos un par de moretones, piensa sonriendo con malicia.
¡Por Dios! ¡Por Dios! murmura el pordiosero.
Y el policía pasa de largo, confundido, olvidando por un momento que él está del otro lado del largo brazo de la ley.
PorDiosero
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