Me da la mano para saludarme y yo extiendo la mía.
Nuestra manos chocan y no empalman.
Entonces me doy cuenta de que él me brindó su mano izquierda y yo, la derecha.
Luego de un momento de confusión, yo uso la otra mano, la cual nuevamente tropieza con la suya sin completar el apretón; él también ha cambiado de mano.
Después de varios intentos finalmente nos estrechamos las manos riendo, con las manos entrelazadas; todas, las cuatro.
Justo en ese instante de comunicación doble
tenemos la epifanía: ambos somos ambidiestros. ¡Y embonamos!
Mano a mano
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