El rey se sentía seguro en su enroque. Protegido tras la fortificación de sus peones que, aunque pequeños, eran aguerridos; también por el caballo siempre dispuesto a saltar encima de cualquier enemigo, y además, por supuesto, por la confiable y fornida torre que le servía de guardaespaldas; bueno, de guarda…brazo porque la tenía a un lado.
Pero a pesar de todo eso, el rey estaba inquieto. Entonces volteó porque a sus espaldas sentía nerviosas cosquillas ya que presentía la presencia de alguien. Se encontró con las miradas amenazadoras de las piezas enemigas capturadas. Piensa que sería buena idea cambiar de lugar los calabozos.
La supuesta seguridad del enroque
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