El extraordinario músico y compositor tapatío Pancho Madrigal y su «Corrido de lo que andaba pasando la vez que no pasó nada, pero ¿qué tal sí pasa?» lleno de humor y picardía mexicana, del disco «Corridos pendencieros».
Video:
https://www.youtube.com/watch?v=B__E18Q8lC4
Letra de la canción:
Corrido de lo que andaba pasando la vez que no pasó nada, pero ¿qué tal sí pasa?
Ese día desde temprano
yo presentí una tragedia.
El día se fue calentando,
la desgracia andaba cerca.
Como era fin de semana,
‘tábamos en la piquera;
yo, asomado a la ventana,
viendo de adentro pa’ fuera.
Adentro había varios clientes
dedicados a sus tragos
casi todos buenas gentes,
casi todos bien portados.
Digo que casi todos porque… no todos.
Aí estaban también algunos incordiosos y baquetones
que yo creo nunca les traijeron nada los Santos Reyes
malos y malaveriguados.
Y hablando de malosos:
Tambaleante y tembloroso,
vi venir por la banqueta
a Don Facundo El Rabioso
con tamaña guarapeta.
Como tantiando el ambiente,
llegó y se quedó ahí, por fuera;
traiba fruncida la frente,
y una mirada muy fiera.
Don Facundo era un viejón muy mosongo,
de carápter bastante muy sulfuroso;
cara de chicle mascado,
como si una estampida de
reses le hubiera pasado dos veces por encima, Envuelto en pensamientos negros,
con un sombrero del mismo color.
Y aunque no muy esperto asesino,
pero sí muy buen afcionado—, siempre
anda buscando pleito, y muncho se aprovecha de que está medio
tapiado de un óido, pa echar brava inmunemente.
Un suponer:
usté le pasa por enfrente y lo saluda: “Buenas noches, don Facundo”;
pos él aprovecha pa salirle con que:
“Más hijo de la tiznada será usté; y ¡póngale, desdichado!; si trae con qué, ¡sáquela!”…
Y eso, en su juicio; afgúreselo ya emborrachecido. No por nada le dicen «El Rabioso».
Valiente es el valedor
que se mata con cualquiera.
Pero no cuando el valor
nace de la borrachera.
Yo salté por la ventana
sospechando un mal encuentro,
y todavía me asomaba,
pero de afuera hacia dentro.
Tengo fama de loco,
no de otra cosa.
Pos, por fin se decidió a entrar.
Venía tan incróspido que abrió la patada de una puerta.
Y al grito de: “Ándensen con cuidao: no le pisen la cola al tigre”,
le anunció al mundo que andaba en estado de beodez.
Dándoles testeriones a las mesas y recargones a los parroquianos, llegó hasta
el mostrador, y ahí se acodó sin saludar.
Pidió un trago, pero luego lo pensó bien y mejor dijo: “Ultimadamadre, me importa mente, mejor déjame la botella; al cabo ni borrando acho todavía”.
“Mmmhh… mala señal”, dije yo.
Luego, lueguito se siente
cuando la cosa anda fea.
Se pone tieso el ambiente,
se presiente la pelea.
En la otra punta de la barra estaba don Mariano Rojas,
hombre de edad ya venérea,
entre los sesenta y cien, dicen los que saben
calcular (que no son muchos, pero sí muy esaptos).
Don Mariano… chimuelo de un ojo, él;
con la boca casi desocupada de
dientes. Usa la cara muy seria, así como muy priocupado; pero
es de esos que saben más por diablos que por viejos. Nunca le hace mal a nadien (a menos que sea mucha la de malas, la del perjudicao); siempre que le pide usté un favor, él se lo hace —sólo
cuando no quiere, pos entonces, no.
Él había llegado nomás de pasadita, a tomarse unas ocho cervezas.
Apenas pa tener derecho de miar.
Don Mariano andaba solo
y con nadie se metía,
pero era amigo de todos
y a ninguno le debía.
Había sido caporal
de la hacienda La Escondida,
pero lo venció la edad
y se le amargó la vida.
Entró con todo y perro;
siempre andan juntos porque son muy unidos.
él y el Tuétano.
Don Mariano dice que es su chucho particular,
y que él es el dueño.
Pero yo tengo mis dudas y pienso que nomás son amigos, porque cuando lo llama, el perro en lugar de
ir adonde le dicen, voltea a verlo a uno como diciendo: “Áhi te hablan”.
Total que aí estaban los dos: don Mariano en la barra,
con su cerveza, como esperando el día del juicio, y el chucho por allá, mosqueándose en un rincón, sin tomar nada.
Y no es que sea astemio; cuando alguien lo invita, nunca se niega.
Es un perro muy voluntario y hasta algo educado. Rara vez se le acerca a uno para mearle el pantalón o pa abrazársele de las pantorrillas.
Han de pensar que qué carambas importa el pulguiento del Tuétano.
Pero es que, si ya di pormenores de los otros, pa qué hacer menos al perro,
si también le sé su vida.
Además, él también es parte de esta historia; ya lo verán…
Aunque era un perro corriente
cruzado de callejero,
nunca hablaba de la gente
ni andaba de mitotero.
Pero dejemos al Tuétano y volvamos con Don Facundo,
que era el más priocupante de los tres.
Asegún recuerdo, lo dejamos en la
barra, haciendo visajes.
Y sí, ahí estaba todavía; sintiéndose pistolero
de los ambientes peliculares.
Con la mano en la pistola
volteaba a verlos a todos,
para ver si algún malora
le hacía algunos malos modos.
En un rincón se encontró
con unos ojos muy fieros,
pero nunca se fijó
que eran los ojos del perro.
Y es que lo estaba mirando por el espejo que está detrás de la barra,
y desde ese lado encandilaba un poco (aparte de lo encandilado que ya él andaba).
Buen rato se estuvo sosteniéndole la mirada a aquellos ojos feros, hasta que el chucho sintió necesidad de salir a la calle a desconocidos asuntos.
Se levantó y enfiló por enfrente del borracho porque, pus por áhi estaba la salida.
Don Facundo, al darse cuenta que había estado cambiando miradas de rencor con un chucho, se sintió medio mosqueadón, y dijo: “Ah,
conque eras tú”, y le soltó un patadón.
Pero con tan mala puntería que el chutazo le pasó como una cuarta encima del lomo al Tuétano.
El viejo, al fallar la patada, se destanteó todito; primero, se quedó un buen rato abanicando el aigre con los brazos, y luego se fue, se fue, se fue pa tras, hasta que pegó el guardafangazo por allá,
perjudicándose la parte opcipital de la cabeza contra una mesa y el sur de la rabadilla en una bota picuda, de esas, casquillo de ferro, de alguno que tenía la pata estirada.
Toda la concurrencia se lo celebró con carcajadas. Tonces, él,
hecho un chamuco, brincó como un resorte con la matona en la mano, y al grito de: “Por eso,
pues, no le buigan”,
atajó todas las risas.
Solamente el Tuétano, que se había detenido a ver qué pasaba, seguía moviendo la cola, como festejando todavía.
Don Facundo le echó sus ojones encima y le gritó: “Ves lo que provocates, animal;
ves lo que hicites”.
El chucho se negó a dar explicaciones;
arriscando las narices y pelando
las encías, le enseñó su sonrisa Colgate,
como viendo a ver si quería una mordida gratis.
El otro, bien engarbanzado, le dice:
“Ah, todavía me retas, hijo de perra”,
y le soltó otro patadón con todos sus riñones (que no eran muchos: nomás tenía dos).
Pero ora sí, con toda la intención, el chucho se pegó una pandeada.
Y otra vez el borracho falló. Y otra vez se dio el sentón en el suelo que nomás tembló todito;
y hasta se le oyeron chacualear los sesos.
Pero ora ganó la prudencia, porque no hubo quién se riera.
Nomás se oyó una voz media pinche, que dijo: “No se vaiga usté a cáer”.
Toditos voltearon a ver sosprendidos, y se encontraron con el ojo de don Mariano brillando burlonamente…
Se hizo un silencio profundo,
se oyeron volar las moscas.
Don Mariano y Don Facundo
se echaban miradas joscas.
Con la pistola en la mano,
el borracho se encrespaba,
y el ojo de Don Mariano
le sostenía la mirada.
Mientras lo miraba, el borracho se le fue acercando a Don Mariano.
Ya cuando lo tenía de aquí a allí, le ladró: “¿Qué me decía?”; y Don Mariano, muy calmado, le contesta: “Que ese perro no es de la calle.
Viene conmigo”. “¿Cómo refriéndose a qué o qué?”, dijo el borracho.
“Que no está aquí pa que lo patié el primer desdichado al que se le antoje”, contestó don Mariano.
Y el borracho, hablando recio, con voz de jarro rajado, le gritó: “Pos délo por pateao, y ¿ahora, qué?”;
Y hasta le sonó un manazo en la barra, queriéndolo azorrilar.
Don Mariano, sin perder la calma, maraqueó fuerte la botella de cerveza para alborotarle el gas, y le soltó un chorrazo en la mera cara al borracho,
diciéndole:
“Bájele tantito la voz;
soy tuerto, no sordo”.
El otro, al verse incestosamente bañado, se quedó con tamaña cara
y muy estrañado de los ojos.
Pos áhi no podía parar la cosa…
Esto es lo que temía yo,
como había dicho, señores.
Ya la pelea se amarró,
fuera los apostadores.
Don Facundo amartilló
con la intención de hacer fuego,
Don Mariano le alvirtió:
“Se asosiega o lo asosiego”.
Ahí se sintió el cantinero
obligado a intervenir,
y les enseñó un letrero
que tenía colgado ahí.
Decía en una hoja de lata
escrito con letras negras:
“’Ta prohibido echar bravatas
que acaben en balaceras”.
Don Facundo se contuvo
de soltar la tracatera.
Le dijo: “Acá no se pudo,
pero allá lo espero afuera”.
Luego, ya nomás miró feo un ratito a don Mariano y se fue,
muy resentido del entrecejo, a esperarlo allá afuera en la calle.
Él, que sale pa fuera y yo que le brinco pa dentro, otra vez, por la ventana.
Acá, adentro, don Mariano se tomó su tiempo pa cabarse lo que le quedaba de cerveza; pagó, y se fue saliendo sin ninguna prisa.
Apenas m’iba a acomodar en la ventana pa espiar el suceso de los acontecimientos que estaban por pasar allá afuera,
cuando una manada de ochenta gañanes me atropelló y me pasó por encima.
Cuando por fin logré levantarme, ochenta cabezas estaban taponiando la ventana.
Ochenta y una —con la del cantinero—, y no quedaba ni un milímetro para asomarme yo.
Tuve que ver todo por debajo de la puerta, entre las patas del Tuétano, que andaba por ahí…
Cual si fuera pistolero
de película de texanos
‘taba el borracho bravero
esperando a Don Mariano.
Don Mariano, a paso lento
fue saliendo del changarro
y se detuvo un momento
para encender un cigarro.
Luego siguió su camino
pasándole por un lado
y el candidato a asesino
nomás se quedó parado.
Desconcertao, pues:
él no se esperaba que pasara lo que pasó, y
cuando pasó no supo qué hacer,
nomás se quedó pelando los ojos.
Trotando de ladito, rasguñando la banqueta y medio untado a la pared pa garrar sombrita,
el Tuétano se fue detrás de don Mariano por toda la calle, que nomás tronaba de caliente.
Mientras, acá, el borracho, todavía con las patas separadas, las rodillas dobladas, la mano en la cacha de la pistola y la boca así de abierta, nomás se
quedó viendo cómo se fueron don Mariano y el chucho.
Hasta que dieron vuelta por allá en una esquina.
Ya nomás les hizo así con la mano: que “adiós”.
Luego, como se dio cuenta que lo estábamos
mirando, seguro pa salir de apuro, seguro, sumió el ombligo y se puso a degomitar.
Al rato, ya que se le pasaron las nupcias,
agarró rumbo pa su casa. También se fue. Y pos áhi acabó todo.
Yo sé que hubiera sido más bonito que se mataran; total, de ahí no
podía pasar; y a mí hasta me hubiera salido un corrido más decente.
Pero así fue como pasó, y así lo cuento.
También sé que al principio les dije que presentía yo una tragedia, pero ya otras veces he presentido,
y también me ha fallado.
Dicen que soy soflamero
con algo de ‘xagerado,
porque éste no es el primero,
ya otros casos me han fallado.
Tres por ocho, veinticuatro;
tres por siete son veintiuna.
No hubo tiro, voló el pato,
¡vámonos a otra laguna!
Ya con ésta me despido,
voy a echarme unas heladas;
aquí se acaba el corrido
del día que no pasó nada.
Más información sobre él aquí:
http://www.forodelfolklore.com/t714-pancho-madrigal-el-mexicano
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