Fue grande mi asombro al encontrarme con ese escritor que yo admiraba tanto.
– Creí que usted estaba muerto.
– ¡Qué va! ¡Estoy más vivo que nunca!
Me presentó a su esposa y juntos pasamos una velada muy entretenida y divertida.
Al despuntar el alba el escritor se levantó, se disculpó por retirarse y desapareció.
Permanecí un rato esperando su regreso.
– No se preocupe. No va a volver. Al menos no en varias horas. – comentó su esposa.
– De noche la pasamos juntos, pero de día no sé nada de él. No sé qué laberintos de sueños esté él explorando – agregó con algo de tristeza.
Luego sonrió y dijo – Permítame, lo acompaño – mientras me tomaba del brazo y caminamos juntos.
Me sentía flotar. Estaba feliz de haber conocido a personas tan extraordinarias.
Finalmente nos detuvimos y ella también se fue.
Yo me quedé exaltado y sintiéndome más vivo que nunca; justo frente a mi propia tumba.
Yo me quedé exaltado y sintiéndome más vivo que nunca; justo frente a mi propia tumba.
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